Haters gonna hate

El público derribó la cuarta pared y no hubo beso de reconciliación.

El público asaltó el escenario, incrustó los fotogramas.

No hubo vítores, no hubo aplausos, ni sonrisas, no hubo abrazos.

El público quiso ser protagonista tal y como mamá publicidad le enseñó.

 

Y es por eso que tenemos redes sociales,
que “selfie” no son letras al azar,
que cambiamos las fotos de perfil.

 

El público aplaudió de nuevo al canalla, al ladrón y en consecuencia, al rico.

Y el arte que por sí solo nunca dio de comer, cuyo precio es más simbólico que ninguno,

enfrentó no sólo el eco de la crítica conocida

(esa que pone cara, nombres y apellidos)

sino también el de la ignorancia que se sabe ignorante y que por tanto, odia.

 

Y es por eso que mostramos nuestras comidas,
compartimos ubicación
y vídeos de “Cuando nos pasa algo”.

 

Lo instantáneo reinante acaba de ser depuesto.

Vacunas para la sabiduría,

la enfermedad es lo eterno.

¡Viva el rey! El rey ha muerto. 

Decía hace poco Aute en una entrevista que “aunque la belleza ya no cotice, de alguna forma habrá que justificar la vida». No cayó Luis Eduardo en que la belleza ha acabado prostituyéndose por no acabar fusilada.