Noviembre 2015
Tengo vídeos con mi padre jugando al fútbol, rompiendo una piñata por mi cumpleaños o haciendo el tonto en un viaje a Disneyland. Imágenes vistas por un puñado de familiares y amigos no siempre predispuestos.
Un público poco comparable en número a los más de 7 millones de usuarios que a través de Facebook, Youtube, o Instagram han visto cómo mi padre y yo saltábamos enloquecidos tras comernos unos pasteles cubiertos de dulce polvo blanco.
Llevaba un tiempo haciendo vídeos cortos, rollo Vine o Instagram, como otros cientos de personas hoy en día. Vídeos para entretenerme sabiendo que no tenían el nivel de viralidad de los Cremades o Tuma. Eso de todas formas no era algo que me importara por aquel entonces. Hasta que un día pensé que yo también podía hacerlo, podía ser divertido convertirme en viral. Así que me dispuse a entrar en el club de la batamanta, Edgar o el bebé panda. Pero para ello debía darle al público lo que quería.
¿Y qué quería y quiere el público español?¿En qué somos top? Exacto, cocaína.
Hay que reconocerlo, estamos hechos unos toros.
Actualmente, a esta hora, en este preciso instante, un vídeo para convertirse en viral tiene que cumplir tres características: no superar los 15 segundos, sorpresas bruscas y por supuesto, efectos de sonido. Como audiovisual y genio que era y soy, sólo tenía que idear una situación cotidiana en la que se viera reflejada casi cualquier persona, esa identificación con el otro.
¿Quién no ha sido pillado haciendo algo que no debería alguna vez? ¿Y qué mayor autoridad que la paterna para ello? Uní todos estos factores, los aliñé con polvo blanco y ¡BUM! Se convirtieron en trending vídeo.
En el momento de la grabación calculaba que un vídeo así podría llegar a los 40 000 o 60 000 views si se publicaba en los canales adecuados. Pero en ningún momento esperaba superar el millón.
Una vez montado, lo colgué en mi perfil. Mis amigos empezaron a dar likes, comentarios, algunos lo compartían, etc. Nada diferente a los vídeos que solía subir. Pero no estaba dispuesto a dejar que se perdiera en el olvido tan pronto. Por lo que decidí mandarlo a la página que hoy día lo está petando en FB: Cabronazi. Donde cualquier contenido publicado es visto automáticamente hasta en Teruel.
Al poco de enviarlo recibí respuesta, malas noticias.
¿El propio Cabronazi no era capaz de publicarlo?¿Era contenido inapropiado el hecho de comer pasteles y bailar? Creía que no. A ver, sabía el tema que estaba tocando. Pero se han encontrado restos de cocaína en los baños del Congreso ¡En el Congreso! No estaba dispuesto a dejarlo estar. Para bien o para mal, había decidido convertirme en viral. Y el hecho de que Cabronazi lo rechazara no hizo más que reafirmar mi postura. Tenía algo grande o una completa mierda entre manos, el tiempo lo diría.
Así que probé suerte con una página que acababa de descubrir y cuyos seguidores no llegaban al millón. ¿Su nombre? Postureo Español.
Y respondieron.
Y el público respondió.
Y como una empresa piramidal, el vídeo fue compartiéndose más y más. Conocidos, desconocidos, gente de todo el país colgaba el vídeo en sus muros o en el de algún amigo virtual. En dos días y copa en mano, brindé cuando llegó al millón de visitas. No paraba de recibir mensajes felicitando el éxito. Pero, ¿qué éxito? Ya había intentado alcanzar la fama grabando una webserie vía Youtube, con tutoriales haciendo el mongolo, bailando el primer Harlem Shake en España… ¿Pero un millón? Nunca había alcanzado tantas visitas. Entonces cesó la euforia y pensé: Mi mayor éxito es un insignificante vídeo de 15 segundos en el que aparezco comiendo unos pasteles cubiertos de azúcar a modo de cocaína con mi padre. ¿Qué cojones estaba haciendo con mi vida?
Pero resultaba que para muchas ¿personas? El vídeo no tenía nada de insignificante…
Alguno hasta me regaló amables palabras:
Ni en Filmaffinity.
¿Qué coño está ocurriendo con el humor?¿En serio lideramos las estadísticas de consumo pero vemos un vídeo de mierda y nos ponemos bien puestos?¿De verdad somos tan hipócritas?
Una de las mejores escenas de “Tiempos modernos” es esa en la que Chaplin utiliza un salero lleno de cocaína para aderezar el rancho de la cárcel. ¡Chaplin! No el Tito MC o el Gibaja, ¡El jodido Chaplin! Y eso fue hace casi 100 años, ¿habría sido criticada si hubiera existido FB, Twitter o alguna de estas redes que dan voz al que no sabe hablar?
Al parecer para algunos acababa de convertirme en el nuevo Pablo Escobar. Gracias a mi vídeo miles de jóvenes engrosaban las listas de yonquis, de repente todo el mundo se metía cocaína al ritmo de Floorfilla. Pero como Pablito, también tenía gente de mi lado.
Entonces reí. Un puto vídeo de 15 segundos había generado una guerra, una batalla campal entre los defensores del humor y los hipócritas modernos. Entre los que reían a carcajadas y los que paradójicamente no eran capaces de ver más allá del polvo blanco.
Más allá de gustos u opiniones, el vídeo es hoy por hoy el más visto en la página. Cumple a la perfección las características del viral actual. Todo conjugado en apenas 15 segundos. La nueva enfermedad, la brevedad, lo instantáneo. Ya no hay tiempo para más, necesitamos estar distraídos constantemente. Hemos cambiado las sesiones de diapositivas por tiras de selfies, las buenas fotografías por filtros de Instagram, los himnos por canciones de verano, el eco de la eternidad por unos cuantos likes. Parece que cada vez nos es más difícil prestar atención a un vídeo de más de 2 minutos. Pero sin embargo, “Sálvame” dura ochocientas horas y ahí está liderando las audiencias. ¿Y si lo que realmente estamos reduciendo es nuestro cerebro?
Dadle vueltas si es que no estáis ya prestando atención a otro asunto. Yo mientras tanto voy a meterme coca en el yate que nos dan a todos los que hemos sido «famosos» durante unos segundos.
PD: Eso sí, con mi padre.